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Soledad

Gabriel García Márquez dijo que “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Y yo lo que pretendo es mecerme en la hamaca de los recuerdos, curucutear los relicarios de las reminiscencias, zarandear las telarañas de las nostalgias, desempolvar los anaqueles de las anécdotas, auscultar mi corazón eternamente enamorado del amor —que también 

de algunas soledeñas, ellas siempre bellas—, hojear el catálogo de amigos conterráneos a lo largo de los diversos

Cuando el profe

Mosquera creía

que un $1 billón

jamás se contaría

52 años después, la deuda externa de Colombia asciende 332 billones 342 mil 395 millones 800 mil pesos!... Otras reminiscencias: las maestras que “nos enseñaron las primeras letras: paso del conocimiento hacia Codesol, Codeba, etc.!” y la escuela que “aportó cinco ingratos alcaldes al municipio”… De bola’e trapo y toponimia... De ‘El trupillo’, Anibal Velásquez y calles polvorientas con renombrados futbolistas...

II parte

Por José

Orellano

Ni Alejandro M. Rosales ni Salcedo. Ahora es IE-Inobasol-Sede 4. Allí cursó cuatro grados el cronista: de tercero a quinto año escolar que tuvo que repetir, aunque lo había ganado, porque no tenía edad para bachillerato: 11 años.

Foto-cortesía de Aristides Donado

Ahora paseo memoria por aquellas calles polvorientas donde que-

daron jirones de piel y uñas enteras por andar corriendo, descamisado y a ‘pie pelao’, detrás de una bola’e trapo.

Calles y callejones de altos pretiles —que así les decíamos al sardi-

nel o a los bordillos de cemento en las aceras— con pequeños ‘tropezones’ de hierro en plena mitad: los contadores del agua en los antiguos esque-mas de instalación domiciliaria de Acuatlansa. Eran como bolardos enanos que muchas veces fueron equivocado blanco final de una fallida patada a la bola y nos mandó para donde el sobandero de manos inmensas, como de ogro, y dedos como ‘tolingos’ de yuca o de caña de azúcar, que ‘tolingo’ en nuestro argot significaba trozo grueso.

El sobandero —legendario masajista especializado en volver a su

sitio dedos o pies o codos ‘descompuestos’— era, cura de burro, sin anestesia, el castigo que me imponía papá por andar de ‘pata’e perro’ y haber vuelto a casa cojeando, con dos o tres dedos del pie derecho

El sobandero vuelve a su sitio el pie descompuesto.

‘arrecarcaos’ y el cuerpo mojoso y el pelo casi mono, por el polvo impregnado sobre los sudores de un día de pleno sol. Hoy aun en los dedos gordo y ‘chiquito’ de mi pie derecho perduran señas de aquellas dificultades infantiles hacia la adolescencia: la uña partida por la mitad, en el gordo, y más grueso que los demás, consecuencia de una ‘arrecarcada’ jamás sobada, el ‘chiquito’ o quinto, que en el pie no hay meñique, solo nombre para el dedo ‘cabezón’: gordo o grueso o…

Por esas calles soledeñas, a mis 9 o 10 años, había de des-

fogar mis celos —mi impotencia sentimental ‘parvularia’— porque el profesor Vizcaino, Julio, me había ‘robado’ mi segundo amor pla-tónico: la seño Minerva Mercado, mi diosa inalcanzable, irremedia-blemente bella. Ese Vizcaino casó con ella y los dos vivieron felices y comieron perdices. Y yo, todos los días, durante muchísimos días, destruyendo zapatos con carramplones en la punta y el tacón, rumiando desilusión, pateando cuanta lata vacía o piedra apareciera en mi camino, doce cuadras desde el colegio Salcedo hasta la casa de ‘mamá Chana’, que, durante mi feliz crecimiento, los Orellano Niebles practicamos un curioso ‘gitanismo habitacional’…

Era un algo que, personalmente, había de trascender en mí

hasta hace apenas unos diez años —cuando decidí que mi viaje a la otra vida debe decolar del sitio en donde vivo en Bogotá—: un ‘nomadismo municipal’ que nos paseó por la casita de paja en la carretera, donde compartí primera infancia con un primo como hermano adoptivo: Marco Tulio Niebles, que vivía con nosotros y quien había de enfurecerse aquella vez que papá, a mis 5 años, me vistió de entero —chaqueta manga corta, patalón corto— y me llevó a Foto Leo en Barranquilla, donde me retrataron al lado de un caballito blanco artificial, pero a Marco no lo llevó. ¿La razón? Mi primo-hermano no cumplía el mismo día que yo.

za al compás del tiempo y el estatismo de ‘inanes mandamases’ del terruño—; la iglesia que nos llena de orgullo imperecedero, cuya historia se remonta a 1596 y cuyo atrio hubo de ser escenario de paseos románticos nocturnos, mariposas en el estómago: vueltas y más vueltas, tomaditos de la mano y con temblorosos y respetuosos picos, sin intercambio salivar: el paseo de amores que apenas arrancaban… O era escenario apropiado para ataques verbales de conquista cuando el chico vislumbraba que él a la chica le gustaba…

¡Hay de mí!: la casa propia de la calle 20

con la carrera 19 y que desde hace algo más de catorce años dejó de ser nuestra, porque diez años atrás en aquellos momentos, en medio del dulce adormecimiento final de ‘Mamá Ina’ en 1992 —se durmió en el Señor—, papá había pactado con ella que apenas él presintiera que su viaje al más allá se acercaba, vendía y dis-tribuía, equitativamente, entre sus cinco hijos, “para que después no se maten entre sí”, dirían. ¡Y cumplió!

‘Papá Ico’ cumplió cuatro días antes del

cierre definitivo de sus ojos, el 14 de octubre de 2002: por mi intermedio nos había citado a todos para el viernes 11 y aquella noche, poniendo de testigo-escribiente a su nieta Aymée, legó lo es-trictamebte correspondiente a cada quién, sin distingo —Ena, Maritza, Sol, José y Evelina—, fiel a la palabra empeñada: vertical en su respon-sabilidad paterna o ante cualquier causa que abrazara, ‘causa’, que esa era su muletilla: igual tajada a cada uno de sus cinco Orellano con su señora esposa Niebles, que para papá nada de uno por aquí y otro hijo por allá y uno por más allá, algo que ¡yo no supe aplicarme!

¡Súper!: ¡trashumancia!: desde la casita de paja, pasando por la de la abuela paterna ‘mamá

Chana’ en la calle de ‘La pobreza’, al lado de ‘pecho’e tigre’ y su mamá Ana Pérez; la de la abuela materna ‘Ñaña’ en la carretera, la de la viuda de Orozco en la calle ‘Nueva’, la de la tía Juana también en la calle ‘Nueva’, la de Ariel Fábregas de nuevo en la calle de ‘La pobreza’, al lado de la casa de

La seño Ena Orellano, evocación de su exalumno ‘Cacique’ Miranda; Aymée Abdo, testigo de excepción de la entrega de un legado; Alfredo ‘Cacique’ Miranda y Omar Emilio Miranda, aportantes en esta serie.

—como desde entonces me había propuesto pecar en cosas del amor, rezar y empatar— allí, en la escuela Alejandro M. Rosales, que hoy es IE-Inobasol-Sede 4, me prepararon catequísticamente para que hiciera mi primera comunión… Aquel 16 de julio de 1960 empaté con Dios, por interdicción de la Virgen del Carmen.

“Estudiamos en el colegio Alejandro M. Rosales”, comienza diciendo Alfredo. “Estudiamos con

Catalino y Carlos Montero, Nelson González (q.e.p.d.), Vitico Orozco, Virgilio Pardo, Laureano Bovea, Thomas Gabino Varela, Wilson Quintana, Marco Fidel Suárez (que hoy vende en el mercado), Marco Fidel Suárez (‘El flaco’ del Cachimbero), Lucho Ruiz, ‘El flaco’ Mier y ‘El negro’ Mendoza, que se perdió en la droga. Los hermanos Daw... ¿Recuerdas? Ena Orellano nos levantaba a regla diariamente por nuestras travesuras... ¿Recuerdas a Carmen Rivera (hoy abogada), Guillermina Visbal, Casilda Niebles y en fin? ¡Maestras que nos enseñaron nuestras primeras letras, que fue el paso del conoci-miento hacia Codesol, Codeba, etc.!”.

de cada dólar) da terronera. ¡Quién iba a imaginarlo en 1964!

Es tiempo de aportes informativos de conterráneos y, ante esto, también debo abrirle campo, con

sumo placer, a un apunte de Omar Emilio Miranda, hermano menor de ‘Cacique’ —de los muchos con que ha de participar—: “A propósito del Salcedo, del cual soy egresado, año 1965, este colegio se dio el lujo de educar a cinco exalcades de Soledad: Camilo Barceló Torres, Raymundo Barrios Barceló, Saúl Sandoval Rodríguez, Rodrigo Martínez Rodríguez y Franco Castellanos Niebles. Ninguno le metió la mano. Astrid Barraza Mora, en cambio, ¡sí lo hizo!”, precisa el face-corresponsal, para agregar: “Nos hizo el milagro de hacerlo totalmente nuevo, gracias a Omar Emilio Miranda, presidente fundador de la Junta Comunal del barrio Salcedo”.

Ingratos esos cinco amigos soledeños, egresados del Alejandro M. Rosales, ¿cierto?

Camilo, compañero de estudios en el Salcedo y en el bachillerato, Raymundo y Rodrigo, colegas

de la información, el extinto Saul y Franco, contertulios frecuentes hasta hace quince años. Amigos, conocidos, sí, pero, desde el poder, ‘ingratos’ con la escuela de sus primeros conocimientos.

Ya sus amores platónicos hervían en su corazoncito, cuando el cronista hizo su primera comunión como alumno de la Escuela Salcedo. Pecar y rezar...

La recordación de nombres y entre los

mencionados por ‘Cacique’, el de Ena Orellano, que es mi hermana mayor —¡entrega de 48 años de su vida a la educación soledeña!— y quien reemplazaría a Minerva Mercado cuando el profesor Vizcaino me la ‘robó’. Ena terminaría siendo mi maestra en mi segundo quinto ele-mental: yo tenía 11 años cumplidos al terminar el primer quinto aprobado, pero por mi edad no me aceptaron en el Colegio Oficial de Bachillerato de Soledad, Codesol, al cual ingresaría a los 12, para graduar a mis 18. Y el diploma me lo entre-garía el inolvidable profesor José M. Mosquera, quien nos daba Historia y Geografía y, de vez en cuando, se metía con los números: “El día que decidamos contar, uno a uno, un billón de pesos colombianos”, decía por allá por 1964 —la capa-cidad de asombro que aún, a mis 66, me carac-teriza, se apuntalaba para entonces—, “no solo no terminaremos de contarlo así por así, sino que estos salones ¡no darán abasto para que quepa tanta plata junta!”, decía en el Codesol.

Imaginarme lo garrafal de tal cifra, un billón

de pesos colombianos, ¡me asustaba! Y pensar ahora que, apenas 52 años después, la deuda externa de Colombia había de ascender a ¡332 billones 342 mil 395 millones 800 mil pesos! (111.820 millones de dólares por $2.882,69, valor

TOPONIMIA CON HISTORIA O LEYENDA

Y tras esas notas complementarias de esta crónica —que avanza sin apego a un orden crono-

lógico, pura remembranza con pinceladas de periodismo—, me permito volver a la evocación de aquellas calles polvorientas donde dejé jirones de piel y uñas enteras por andar corriendo, descami-sado y a ‘pie pelao’, detrás de una bola’e trapo: las calles Nueva, Cocosolo, Cantarrana, Cachimbero, de la Cruz de Mayo, la María, de la Bonga, de la Pobreza ­—el más feo de los nombres—, del Colón, del Pumarejo, el callejón de los Gatos, el callejón de los Meaos: areneros sin basuras que nos prodigaban vida, energía, y que eran escenarios para contiendas futbolísticas, con bola’e trapo, entre ‘líneas’, que allí no se hablaba de equipos.

Las puertas o arcos eran arrumes de piedras distantes doce pies un arrume del otro —la medi-

ción se hacía un pie detrás del otro, como equilibrando en una cuerda—, no había árbitros y los pretiles eran las gradas para las barras de cada sector, numeroso público cuando surgían partidos entre líneas poderosas: la del barrio Oriental contra la del barrio San Antonio, por ejemplo, o la de la calle la María contra la de la Bonga. Partidos a tantos goles, casi siempre cuatro o cinco; el que los anotara primero ganaba, muchas veces con suculentas apuestas y que, que yo recuerde, muy rara vez terminaban en tángana: gresca entre línea contra línea, trompadas y patadas todos contra todos.

Y creo que ahora ha de valer, en estas recordaciones, este aparte para resaltar la curiosidad

de un par de puntos toponímicos de mi ‘Soledad de Colombia adorada/ hoy un himno entonamos por ti/ porque diste una grata morada/ a Bolívar en triste jornada/ cuando estaba muy cerca su fin, como reza una estrofa del himno del pueblo, letra del poeta José Miguel Orozco y música del maestro Pacho Galán, dos hijos epónimos del terruño.

Va, pues, toponimia con historia o leyenda:

El callejón del trupillo, que así se llamaba aquel trocito de pueblo, siempre enfangado, por-

que en la esquina de la carretera funcionó, coronando un extenso solar enmontado —monte con su historia ‘zoofílica’—, un salón de baile con ese nombre. ‘El trupillo’, levantado en torno a un gigantesco árbol de tal especie: la perspicacia infantil nos daría para atestiguar como cierta, sin que jamás lo hubiéramos presenciado, la historia que nos contaron de que Aníbal Velásquez —sí, el interminable ‘rey de la guaracha’— tenía colocado en su muñeca derecha un ‘Niño en cruz’ y que durante una presentación suya en esa caseta le metió una ‘trompá’ en la ‘quijá’ con su puño derecho a un contrincante que venía provocándolo y lo hizo rodar de culo como seis metros, para que este arrastrara en su reversazo mesas y sillas… A los 10 u 11 años recreamos tal ‘verdad’, sostenida hasta más allá de los 18, cuando se nos dio por armar el grupo social ‘Los espaciales’ y yo lo contaba como vivencia infantil… Y me creían.

El callejón de Los Monitos o de la Imprenta, porque en dos de las cuatro esquinas a la vera

de la carretera —mano izquierda de sur a norte—, frente con frente por la carrera, había una surtida tienda, la de los mello Visbal: María y Alberto, ‘Los monitos’, y estaba la Imprenta ‘Carteles’ de Hernando Donado y Leda Arraut, a la cual el pueblo mandaba a imprimir los carteles de muertos o los promocionales de cualquier certamen u otro asunto que requería difusión o las tarjetas de invitación o participación a grados o a matrimonios o a quinceañeros…

La calle Cachimbero que en los orígenes de la comarca soledeña, un poquito después de

que el sitio se bautizara como ‘Porquera de Santo Antonio de Padua’, era el ‘parqueadero’ de burros, medio de transporte masivo para entonces: las riendas se ataban a un cercado con abrevadero y allí permanecían los animales mientras sus jinetes se iban a hacer mercado en el puerto, orillas del caño brazuelo del Río Grande, o a bailar en los salones burreros —y he aquí el origen del nombre de estos sitios de baile en Carnaval—. Allí orinaban y poposeaban los asnos y a la fetidez que quedaba se le denominaba ‘cachimba’, que si se va al DRAE se descubrirá que nuestra acepción soledeña de cachimba no cabe en la significación académica…

¡Recórcholis!: la toponimia de mi pueblo: La cucaracha una tienda-bar del señor Arenilla…

El callejón de ‘Los meaos’, pero no por la micción humana sino por una masiva presencia de

gatos en ese sendero, casi enmontado para entonces: comenzó conociéndose como callejón de ‘Los gatos’, pero no se decía callejón ‘de los gatos’ sino ‘de los miaus’ y el nombre original se fue defor-mando hasta quedar ‘de los meaos’… Eso me lo contó mi tío Julio —hermano de papá—, hace ya sus buenos quinquenios... Tenía por qué saberlo, porque él vivía por esa zona.

Caraballo, un balneario prohibido… Por acción de algún aserradero, tenía una alberca sub-

terránea que la tomamos como piscina: hay que ver lo que había de pasar si papá se enteraba de que estábamos bañándonos en ‘Caraballo’… Que igual situación se presentaba con otra lagunita que se hacía a orillas del brazuelo del río Magdalena, detrás del colegio Alejandro M. Rosales, en inmedia-ciones de una torre transmisora que Emisoras Unidas tenía instalada allí… Por eso el sitio se llamaba La emisora y allí fantaseamos, aun de niños, con otra historia fantástica: me habían hablado de las ‘culebras voladoras’ que infestaban el lugar y yo contaba que había visto a un hombre corriendo encueros en busca de atención médica porque una culebra voladora, verde y delgada, ¡se le había metido en uno de sus oídos!

Foto cortesía contrastes.com.co

Foto cortesía Edgardo Barceló Jr.

Capilla de la Cruz de Mayo que le dio nombre a un barrio y una calle que, ancha, era espectácular para jugar bola’trapo, pero el pavimento en concreto se la trago; y la sede de la imprenta ‘Carteles’, hoy ‘Imprenta Soledad’-litografía. La tienda ‘Los monitos’ desapareció y dio paso a una Supertienda.

Médico Teddy Pacheco, Arturo Segovia, Fernando Fiorillo. médico también, y Roque Fontalvo. Figuras soledeñas, en diversas épocas, del fútbol profesional colombiano.

Toño Pedraza, hasta alcanzar, por fin, ¡la propia!: en la calle 20, al lado de Lucío De la Hoz, en la carrera 19: ¡No más arriendo!, el esfuerzo grande de papá que, aun hoy, nos enorgullece aunque, desde hace algo más de catorce años, ya no sea nuestra… Cada mudada, por lo menos para mí, era una fiesta. “Estamos estrenando casa... Estamos estrenando casa”, cantaba en cada nuevo domicilio al que se llegaba y la hermana que me antecedía, Sol, me secundaba. 

¡Cielo santo!: esa carrera 19 que lleva, entre otros, al cementerio viejo y a la evocación de una

media docena de campos deportivos que el hormigón y el urbanismo salvaje se tragaron en pocos años, al occidente… Carrera que conduce también, al oriente, a la American Bar, que ya no es bar; al teatro Colón, que ya no es teatro —dos miembros de la familia que era su dueña, los Arraut, fallecie-

ron por estos días: Toño, médico, y Delia—; al edificio de Codesol, a la plaza principal del pueblo, al viejo y derruido caserón de los Domínguez y a la iglesia San Antonio de Padua que, deteriorada y pésimamente refaccionada —varias veces su estructura barroco ha cedido ante el deslustre que avan-

El Cementerio Central o ‘El viejo’, el teatro Colón que ya no es teatro —la flecha apunta hacia la pantalla de cemento que acercó al pueblo a cinematografía—, el caserón de los Domínguez, que es leyenda e historia y poco gobierno, la iglesia de San Antonio de Padua, que el tiempo deteriora, los mandatos actuales refaccionan, pero casi siempre sin mucha calidad.

CUANDO MIRAN LOS MIRANDA

He vuelto a hablar de Minerva Mercado y he expuesto mi reacción infantil con el profesor Viz-

caino y me corresponde, entonces, acoger, gustoso, un aporte para este seriado del conterráneo y contemporáneo Alfredo ‘Cacique’ Miranda, residente del barrio Salcedo y alumno también del colegio que no solo me obsequió, a mis 8 años, la posibilidad de una segunda idealización del amor, sino que

SOLEDAD FUTBOLÍSTICA

¡Bravo!: calles, callejones y sitios en los que tam-

bién habían de hacer travesuras de pelao y jugar bola’e trapo, soledeños que llegaron a ser figuras profesionales del fútbol colombiano: José Escorcia, Teddy Pacheco, Arturo Segovia, ‘Pocholo’ Herrera, Roque Fontalvo, ‘La muñe’ Donado; uno de ‘los cabellones’ Marín, ‘La pulga’ Araujo, ‘Agabú’ Otero, Bonifacio Martínez, Fernando Fiorillo, ‘El mocho’ Villarreal, Bienvenido Arteta, uno que pudo ser grande pero… Félix ‘Sapito’ Santiago y pare de contar, que las neuronas aprisionan otros nombres a los cuales no les permiten escapar hacia este embadurna-miento de pantalla…

Lo que sí me queda claro es que esa cantera del

fútbol ha requerido, desde tiempos inmemoriales, ese estadio que, se anuncia, ha de quedar en la calle 30 entre carreras 24 y 26, epicentro de un populoso sector confor-mado por los barrios Ferrocarril y Normandía, porción de tierra soledeña que apenas comenzaba a habitarse cuan-do ya frisábamos por la adolescencia rumbo a la adul-tez.“Es algo que Soledad necesitaba desde hace más de 30 años”, ha dicho el alcalde Joao Herrera, mismo abo-gado-periodista que me dejó la vacante para mi ingreso como cronista deportivo de planta de Diario del Caribe a comienzos de los años 70 del siglo XX...

La primera foto que le tomaron al cronista: cumplía 5 años. 

periodos de mi vida transcurridos en Soledad, evocar más de lo bueno que de lo malo y lo feo y escribir y escribir y escribir a ver qué carajada ha de resultar para este parto semanal que se conoce como El Muelle Caribe... (JO)

La zona de la Bonga, a orillas del caño buen sitio para jugar bola’e trapo—, se inunda cada invierno... Y la sede de ‘Pilón moderno’, pieza de nuestro relato inicial, está en venta y su callejón intransitable, desde hace rato sometido a trabajos de repavimentación. Se hace hoy, se quita mañana y se hace otra vez y...

Foto cortesía Edgardo Barceló Jr.

Y si de nombre para el estadio se tratare, Joao, nada

tiene que ver Ricardo Ciciliano como nada tendrían que ver Mario Alberto Yepes o René Valenciano, el Tino Asprilla o el mismo Teo Gutiérrez… El nombre tiene que ser soledeño, tiene que ser escogido —¡es un imperativo!— de entre los más genuinos y destacados futbolistas soledeños que crecieron en las ‘polvorientas calles de Soledad’ y, si es del caso, por decisión popular, ahora que hay tantos medios tecnológicos para lograrlo…

No quiero parar de escribir, pero el tiempo de ahora

hace que amaine la suave vibración de las palabras —vuelve y juégala, Miguel Bosé—, esas que pugnan por salir, pero… Decido entonces tomar un descanso y, finalmente, decir:

Continuará

Joao Herrera,  alcalde... Hace más de 40 años dejó la vacante para el ingreso del cronista a la planta de Diario del Caribe. 

Evelina Niebles y Francisco Orellano, el día que contrajeron matrimonio un primero de mayo de hace 79 años: mamá y papá del cronista.

Evocaciones sobre el terruño que “me vio nacer”
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