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¡Hágase la televisión! (final)

Las historias de Arturo López Viñas

Para la operación técnica se escogió un cerro alto de la región del municipio de Ovejas, Bolívar, en los Montes de María. Allí se implantó la cajita mágica ‘micro-ondas’, en la ruta hacia la televisión caribe.

Nuestra aventura de creadores y promotores con pretensiones de entretener al mundo costeño, sucumbió por falta de estímulo económico; la gerencia empresarial absorbía todos los gastos en que incurría la producción.

Un gran y querido amigo, Efraín Zagarra, hoy desaparecido, ocupaba la dirección de producción en los estudios regéntales de Inravisión. Con su influencia adquiríamos la mejor atención para exponer nuestros programas dedicados a competir con las programadoras ya establecidas del medio capitalino que acaparaban la franja nacional.

Nosotros, los aventureros quijotes, queríamos aportar iniciativas filmográficas, mostradas con el lente innovador de entusiastas creadores, los costeños, que aspirábamos a conquistar no solo la audiencia de la costa norte, sino diseminar y promover la cultura de la cuenca Caribe, con su idiosincrasia y sus expresiones vernáculas. Ese era el objetivo primordial de los que —bajo la orientación del arquitecto Arístides Charris con sus conocimientos en la cinematografía y su amor por las bellas artes, junto con el puñado de colaboradores en el tinglado del libreto, los personajes del medio periodístico y los carga ladrillos aprendices—, tratamos lo indecible de conquistar la franja audio-parlante asignada a la productora muy costeña con la sigla de ‘Caribe TV.

De mi parte, consigné otra de mis quijotescas ideas creadoras. En una de mis visitas a las oficinas de Inravisión, el amigo y director de producción Efraín Zagarra, me informó de la llegada de un importado aparataje, una pequeña caja —con su manual en gramática técnica e inglesada—, cuyo oficio no era percibido por el equipo humano a cargo de la ingeniería que diagramara la transmisión de la señal televisiva.

Con mis conocimientos en esta materia y poniendo en práctica mis estudios relacionados con la telemetría en la producción de la señal de televisión, me inmiscuí a solucionar y poner a funcionar un nuevo rompecabezas de los tantos adquiridos e importados por el alto comando de Inravisión. 

Acerté a descifrar el uso de la caja con parámetros para utilizarlos como receptora y a la vez emisora del fluido comprimido generado por la central de producción, pero para concebir en práctica el buen uso de la desconocida caja receptora, dicho aparato tenía que ser localizado en un elevado andamiaje natural que percibiera y recogiera cuál señal emitida en programación.

En ese entonces y por los años iniciales, ‘Cisco Electrónica’ promovía sus especializados equipos, conocidos como ‘micro-ondas’, instrumentos de alta tecnología, apenas conocidos en el medio nacional de la electrónica (No las micro-ondas de uso doméstico).

 Se me encendió el bombillo creador y me apareció la iniciativa de poner en práctica el nuevo juguete, aún desconocido para los trabajadores técnicos de la compañía que difundían la señal, esparciendo la gama de programas que se elaboraba para el público apegado al tubo parlante, mago de la solaz distracción.

Como costeño, seguidor de las hazañas gloriosas de nuestro equipo emblema, ‘Junior tu papá’, que en esos días (1974) hacia una campaña destacada con altos puntajes y con opciones a campeonar —pero, tenía que enfrentarse al equipo capitalino de los Millonarios, guerrero incansable de buen fútbol— inicié mi campaña inteligente promocional. Para mis adentros cavilaba, buscando la respuesta a mi intrincada idea, tejiendo los detalles para presentar un ‘proyecto genial’. Con el consentimiento y el aval del amigo, también ‘currambero’, Efraín Zegarra, quien participo y consiguió la adhesión de la alta regencia gubernamental investida en la empresa Inravisión que él, Zagarra, dirigía en los departamentos de producción y promoción.

¡Ñerda… zipote idea! Teníamos que colocar la pequeña caja de ‘micro-ondas’ en un lugar geográficamente adecuado, a cierta altitud, donde el parámetro receptor recibiera la señal emitida desde la central de actividades, fuese en Bogotá o cualquier sitio escogido que enviara el fluido comprimido de determinado programa.

Se escogió para la operación técnica un cerro alto de la región del municipio de Ovejas, Bolívar en los Montes de María. Allí se implantó la cajita mágica ‘micro-ondas’, que al recibir la señal directa desde la actividad escogida de la central —la magia de la nueva técnica electrónica confiada a los circuitos reproductores— diseminaban la tele-fluidez a cada sitio del territorio de escogencia, sin interferencia de la actividad en producción, enclavados en los estudios de la calle 26 en predios de la vieja Biblioteca Nacional, sede de Inravisión TV.

Confiados todos, quiero decir, el grupo de ingenieros y técnicos en producción; entusiasmados todos, conmigo a la cabeza, había delirio por iniciar la era de las ‘micro-ondas’ que ampliarían los parámetros en la telemétrica, concebida para transportar bandas anchas, escogiendo las actividades a promover: musical, teatral o deportiva.

Era mi iniciativa y para ponerla en práctica necesitaba proponerla ingeniosamente. Escogí programar la transmisión para la audiencia costeña, en directo, como regalo a la fanaticada juniorista, ‘Junior tu papá’, equipo que competía en aguerrida batalla con Millonarios el grupo deportivo bogotano: costeños contra cachacos, luchando por la hegemonía futbolera. ¡Qué mejor objetivo mediático que transmitir en directo y sin interferencias del resto de la programación, las incidencias en vivo y en directo desde el terreno campal del Coliseo ‘El Campin’! Así poníamos en práctica el uso de las ‘micro-ondas’.

Respirando positivismo, me embalé a presentar la logística pertinente; conseguí el aval del gobernador Maldonado, ‘El chorlo’, quien estampó su firma en un comunicado de estímulo y de patrocinio oficial.

Faltaba aunar la fase económica para cumplir con toda clase de estipendios y gastos que acarreaban los implementos de una gran competencia entre los dos mejores equipos persiguiendo la hegemonía del deporte futbolero en Colombia.

Buscando patrocinadores, me entrevisté con el amigo presidente de la corporación dueña de la franja Junior, nuestro equipo, pero con la desdicha de que, quienes prometían contribuir con el patrocinio formal del evento deportivo para ser televisado únicamente para la hinchada de la cuenca costeña caribe —sus sostenedores acérrimos y furibundos seguidores, todas las empresas industriales y la bancada en general—, tenían contratos con la firma publicitaria, la más poderosa en ese entonces, dirigida por un hombre de radio que acaparó la línea gráfica publicitaria con el logo de ‘Sonovista’.

Fernando Dávila López, en su posición de gerente sonovisto, también ocupaba la vice-presidencia del equipo Junior en corporativa; dicho señor, a cambio de su participación ejecutiva y de sus afiliados en publicidad, me exigía un porcentaje elevado de la producción a llevarse a cabo de mi iniciativa promocional.

Sonovista y el vice-presidente deportivo, con las cuentas en su haber de las firmas que él y su empresa controlaban, sin escrúpulos, compraron la producción del espectáculo deportivo, sin la autorización efectiva de las partes del medio publicista que ellos promocionaban.

Por esta actividad prepotente, Fernando Dávila López fue removido de su posición como Vicepresidente de la Corporación Deportiva Junior.

Sí, con mucho dolor acepté la intromisión del poder económico que impuso quien en alguna época controló la función de las artes gráficas y la publicidad en el ambiente periodístico y la radio anunciante de una creciente metrópoli.

En mi logística, había escogido como locuaz presentador y locutor, el mejor, a Edgar Perea el gran campeón, detallando cada actividad futbolera en el terreno de competencia. Abel González Chávez remplazó a mi escogido, Perea, y este suceso innovador en la historia de la televisión en el deporte, sirvió para elevar la popularidad narrativa del hoy Satélite González Chávez.  

Estimados lectores: han leído esta mi relato pormenorizado de lo que fue la gestación innovadora de la Televisión, sobre todo en Barranquilla, con la labor de románticos quijotes, amantes de las bellas artes y de la orientación de un pueblo ávido por ser informado en el mejor estilo: sencillo, ameno con el calor humano de un equipo que comprendía y sangraba humildad; la mejor narración que pudiese entender el conglomerado de la idiosincrasia de la costa Atlántica, la misma cuenca Caribe.

Y no valió el esfuerzo del Arístides Charris y el grupo de letrados, libretistas, aprendices técnicos, carga-ladrillos y todo el cablerío formateado en Caribe TV. Que, con supremo sacrificio, trabajaron por mantener la fluidez en la pantalla chica, la parlante, conocida como Televisión.

Cuando los estamentos del gobierno, crearon la moción de ‘Telecaribe’ ignoraron el fundamento creativo que con esfuerzo laboraban los aventureros quijotes de la primera empresa productora con su sabor de rio, mar y la brisa del Caribe, con calor humano, que se entronó en las mentes del equipo de talento constituido bajo el logo empresarial de Caribe TV.  

Y como siempre en Barranquilla, se ignora y se desprecia a quienes intentan crear o innovar y se estrellan contra el ‘muro de la infamia’ de la organización ‘Ni-Ni’: ni hacen ni dejan hacer, y el pueblo, frustrado comiendo de la carroña que defecan los poderosos padres y dueños de la ciudad.

Injustamente la posición de gerente de la entidad ‘Telecaribe’ recayó en la persona de alguien que nunca se conoció en el corrillo de los hacedores en la técnica televisiva, pero con el mejor aval político, dueño del poder controlador de un pueblo esclavizado.

¡Y se hizo Televisión! Y aunque Dios dijo “hágase la luz”, en Barranquilla vivimos en ignominiosa desidia y ofuscante negra oscuridad que asfixia.

email: alarty

http://www.lacantaletadearty.com   

Barranquilla, Colombia, mayo de 2011

¡Bienvenidas,

micro-ondas!

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