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Somos Poesía

Jose Orellano

A Bogotá llega, con quebrantos de salud, el poeta vallenato Luis Mizar y José Orellano lo visita en momentos en que el destacado hombre de letras se dedica a pensar para acogerse a una recomendación científica. La amistad entre Mizar y Orellano más los temas que surgen durante el encuentro en una segunda sesión, procuran un interesante dialogo a transformarse en crónica-reportaje, próximo a aparecer en El Muelle Caribe. Por el momento, Orellano reproduce una nota sobre Mizar publicada en las primeras entregas de El Muelle Caribe —ajustada con pinceladas de la reciente ‘interviú’ para esta ocasión—, a fin de reiterar la admiración y el sincero afecto que el periodista guarda por el poeta...

Por José Orellano

Lo encuentro allí, arrellanado en sí mismo, abstraído, sustraído de ese pequeño mundo real que nos rodea, mismo que forja su crucial momento: camas y camillas, sábanas, pacientes de todas las pelambres, tubos clínicos, bolsas de suero, tanques de oxígeno, respiradores artificiales, olores penetrantes a yodoformo y clínica...

Respeto la imagen (shhhhhhhhh... Prolongado shhhhhhh).

Lo veo allí, sentado en silla de ruedas, manos entrelazadas, ojos cerrados, cabeza como desgonzada hacia su pecho-como poéticamente dormido, cubierto de cuello a rodillas con una ruana de fino acabado y me lo imagino paseando pensamiento puro por su fuero interno, buscando las palabras poéticas precisas para usarlas a fin de lograr torcerle el pescuezo a ese feo fantasma que perturba su momento... ¡Pero él no es un animal vencido!

Diabetes y herida en su pie izquierdo, una piedrita que pisó y se le convirtió en grave herida... Grave herida física, sí; pero insignificante para darle estocada a su espíritu batallador, para afectarle su corazón de poeta, para alterarle su condición de maestro de la palabra... Insignificante, ¡sí!, si pretende dañarle su vocación de libre-pensador...

“Las universidades deberían de tener una facultad para pensar”, le dijo alguna vez a ‘La maga’ y este es el instante cumbre de la aplicación de su idea, allí en la clínica Jorge Piñeros Corpas de Bogotá: universidad pasajera para su facultad de pensar. Pensar para tomar la decisión de asumir la decisión científica en torno a ese feo fantasma que perturba su momento.

—Háblale, necesita con quien hablar, pero no le toques el tema —me dice Amelia, su hermana: su ángel guardián de estos momentos, consciente ella de que se hace necesario romperle, por algunos instantes, la abstracción. Amelia Mizar.

Lo hago, sustraigo al poeta vallenato de su ensimismamiento, percibo que la transición hacia la realidad exterior del instante lo golpea como una ráfaga de viento imaginado pero gana la seducción de la amistad sin miramientos y empieza el diálogo...

Diálogo sin prevenciones, sincero, sin prosopopeyas ni artificios. Habrá de tener una duración de una hora y se induciría por infinidad de temas.

...

Ahora, desde mi condición de periodista-cronista, deseo manejar ese diálogo con entero respeto por el personaje y literal pulcritud profesional por el amigo y los temas. Y he comenzado a trabajar en ello. Mientras tanto, El Muelle Caribe reproduce una nota en torno Luis Enrique Mizar Maestre, poeta e incorregible pensante, publicada en las primeras entregas de este blog, pero ajustada para esta ocasión —con mínimas pinceladas extraídas de la reciente ‘interviú’—, a fin de reiterar la admiración y el sincero afecto que el periodista guarda por el bardo vallenato... En marzo de 2015, le escribía así:

Basta con atisbar en la bitácora de los recuerdos de tardes vallenatas bajo un palo’e mango, para entrar en él: basta con escucharle decir que “siempre habrá un hombre que va a tratar de hacer una comparación entre las redondeces de una mujer y la luna que nos ilumina en la noche” —diálogo con Melisa, marzo-2015—, para volver a sentirlo piel a piel, los brazos de él tan lampiños como los míos, vestidos a las patadas contra el glamur, sucumbiendo entre los sortilegios poéticos de ‘0La maga’, como amarrados-por-sendas-mochilas-arhuacas-al-rumor-del-Gautapurí.

Amigo en lejanía, amigo a la distancia, amigo-amigo: tropelín mental evocativo —más de doce años sin vernos físicamente— y Luis Enrique Mizar Maestre vuelve a entrar en mí, así como ha ido conmigo durante muchísimos días de esos largos días de alejamiento físico, desde la misma tarde en que recreó su asombro porque yo, a mi más de medio siglo de edad, 13 años mayor que él, aún conservaba “intacta” mi capacidad de asombro. Y entonces me enrostraba lo humano que es vislumbrar poesía, algún destello poético, hasta en los poemas más burdos y peor escritos: esa tarde dábamos lectura, en un acorde de tres voces, a un perpetrador de poemas. Y él, siempre irónico, de burla disimulada, muy bien camuflada entre palabras, nunca dijo, para mi asombro, que eran malos poemas. Y aclaro: los poemas no eran míos, no soy poeta.

—Puede que de 500 frases, 30 tengan mucha poesía. Y así nos olvidamos de lo malo que sea el poeta —me dijo recientemente.

He vuelto a sentir a Luis Enrique Mizar Maestre así como es él, con su voz pausada pero certera, paseándose integro por entre su inmenso mar de neuronas en su intento de ir más allá de lo que los demás admitimos sin perturbarnos, curioseado, una vez más, “la esencia humana, lo que inquieta al hombre” para que su verbo vuelva a volverse poema y que el Guatapurí, ahora vuelto ondas hertzianas, se encargue de que esos versos no queden inéditos y los ponga a volar en alas de colibrí multi-coloreado con leyendas de ‘La malena’: “Siempre habrá un hombre que contemple los ojos de una bella mujer y tiemble y se inspire…”

Mizar —el poeta vallenato sin poses artificiosas que, sin embargo, selecta amigos-amigos con el mismo cuidado con que selecciona parábolas para sus ‘psalmos’ y ‘partituras’—, protagoniza noticia positiva y ventila su impacto emocional ante la exaltación que habrá de hacerle el Parlamento Nacional de Escritores de Colombia entre el 12 y el 15 de agosto próximos en Cartagena, diciendo que “la tomo con mucho alborozo espiritual y hace que el hombro mío cargue más responsabilidades, consciente de que nací para algo…”

Un algo que se le reconoce en barrios, en escuelitas, en inmensos auditorios o en el patio de la casa de algún amigo, no solo en el Valle sino en cualquier lugar del Caribe en donde la poesía hecha verbo en su interior, y exteriorizada en su escritura-su voz, despierte tributo de admiración: homenajes que ‘Mizaaar’ —a extendida, con amor, con admiración, así le decimos rendidos ante su sencillez— asume con la misma calidez humana que transmite para puntualizar que el Parlamento Nacional de Escritores de Colombia lo obliga, a partir de entonces, a entregarse con más ahínco, “con más fervor a seguir cultivando las letras, a seguir escribiendo poemas que ayuden a hervir el espíritu de los hombres: ¡que los sensibilice más, que los haga más personas!”.

—Y así lo haré por largo tiempo —me dijo recientemente Mizarrr.

Nada de Luis a secas, nada de ese Lucho supuestamente ‘intimante’ —tampoco su nombre compuesto completo: Luis Enrique— para llamar a quien ha sido conferencista en múltiples eventos literarios de carácter nacional y durante doce años ha orientado la cátedra Creación Literaria en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Popular del Cesar: ‘Mizaar’, como le canturrea ‘La maga’, como le canturreo yo, como le canturrea ‘La colibrí’, como le canturrean sus amigos íntimos, cercanos.

Y para tele-interactuar con ‘Mizaaar’ basta tele-reiterar la convicción de que sus poemas no son de un solo motivo ni de dos, sus causas son muy varias aunque, siempre, “temas inherente al ser humano”, como él mismo se lo reafirma a Melisa luego de haber hurgado, ­curioso que es él, en el árbol genealógico, en el apellido de quien lo entrevistaba en la Tribuna del Cesar: el mismo del escritor cubano de ‘El siglo de las luces’, que también de ‘Los pasos perdidos’ y de ‘El reino de este mundo’: Alejo Carpentier. Tenía que hacerlo, por eso de que a él siempre le ha provocado husmear para estar tratando siempre, obtenidas las precisiones del caso —Melisa nada es de Alejo—: “de darles respuesta a unas preguntas fundamentales que el ser humano se hace”.

—Que desde muy niño tenía fama de inteligente, tanta que con apenas algunos meses en kínder lo pasaron para segundo de primaria, porque entendía demasiado; que desde entonces los libros fueron su pasión, que cuando hacía tercero de primaria la profesora Elizabeth Santana premió su excelencia académica y le regaló ‘Don Quijote de La Mancha’; que la lectura de este libro lo marcó y lo enfermó de una enfermedad sin cura y diagnosticada como literatura; que tanto fue el amor que él le prodigó a esa novela —cargada de palabras muy castellanas para incremento de su lexicografía— que se aprendió párrafos de memoria y a los 9 años ya hablaba de ‘alforja’ e ‘inverosímil’, locuciones con significados que sus compañeritos de escuela no alcanzaban a comprender…

—Que pasaron los años y los cursos y entonces leyó La María, La Vorágine, decenas de poemarios y, a escondidas, siendo aún un mocoso, textos de Vargas Vila… Y que después, en el bachillerato, conoció sobre técnicas para escribir sonetos, fábulas y redondillas y enfocado en ello comenzó a hacer tareas a sus compañeros a cambio de una parte de la merienda que no era la de él… Y que caminando el tiempo se fue llenando de años, que entre 1990 y 1995 fue ganador del primer puesto en concursos literarios de la región, de los cuales también era jurado, y que la pasión por leer lo fue llevando a otros estadios…

Eso fue lo que, en torno a su gran pasión desde niño, le contó Luis Enrique Mizar Maestre a Merlin Duarte García en El Pilón, pasión que sigue más viva ahora que ya está bien grande: el maestro cultiva con más fervor la lectura de la filosofía y la sicología con el propósito de que tan suculento plato de letras lo sacie a cada instante para poder acercarse, con libertad y seguridad, “a los distintos tópicos de lo que se llama la esencia humana, lo que inquieta al hombre…”

Y es que así es como construye sus poemas quien naciera el 8 de julio de 1963, para que al finalizar sus estudios de bachillerato en el Loperena se interesara por la ingeniería civil y comenzara a estudiarla en la Universidad de Cartagena a sabiendas de que el virus de la literatura lo había enfermado para siempre jamás y que el cálculo, la mecánica, la hidráulica y la física serían mejor aplicadas por él y su originalidad en el diseño de planos figurados y la construcción de ‘Psalmos apócrifos’, ‘Tardes tristes con testigo’, ‘Expresiones o motivos para el descalabro’, ‘Partituras en sepia para la maga’, ‘Bitácora del atisbador’, ‘Letanías del convaleciente’ y ‘Briznas de la nada umbría’, su más reciente: carreteras para que rueden sus obsesiones, sus sarcasmos, su ironía, su burla, majestuosamente camufladas en relevantes infraestructuras de palabras.

Y le dice Mizaaar a Melisa que él también toca los temas místicos, como en el libro ‘Psalmos apócrifos’, con el cual ganó, en 1995, el concurso nacional de poesía que rinde honor perenne a un poeta rebelde, sensible, carismático, contestatario, de muchas pinceladas a tono con partituras sepias de Mizaaar: el antioqueño Carlos Castro Saavedra: “Son salmos a la manera de los bíblicos, con inquietudes del hombre moderno. Rogativas que le hace un hombre moderno a Dios”, cuenta, para hacer más largas sus pausas y venir luego a precisar que “cuando escribí el libro, todavía los celulares no eran moda… Si en ese momento lo hubieran sido, de seguro que hubiera creado un salmo de esos donde un hombre le pedía a Dios minutos para su artefacto móvil… como una necesidad de estos tiempos”.

Melisa Carpentier ha presentado a Luis Mizar Maestre en la sección ‘La noticia positiva’ del radio-periódico ‘La tribuna del Cesar’ de Radio Guatapurí en Valledupar y al cierre de la interviú ella le pide al poeta “un mensaje para esas personas que creen perdida esa tradición de tantos años y de tanta historia y que figuras como usted han ayudado a construir dentro de la literatura colombiana y que hoy en día ya no se hace tan público…”

—Con la cuestión esta de la poesía, del arte, del recogimiento espiritual —responde el maestro—, mmmm, eso lo necesita el ser humano, lo necesita siempre y el hombre vive (vivimos… todos… siempre…), vivimos en olor de poesía, haciendo a veces actos reflexivos y actos irreflexivos, tratando de que las carencias espirituales se suplan en alguna forma. A veces disminuimos la lectura pero seguimos haciendo actos poéticos a todo instante… Al hombre le es imposible vivir sin cometer actos poéticos, “sin hacer alguna locura”: en el amor, cuando nos vemos traicionados por alguna enfermedad, etc… Siempre habrá un hombre que contemple los ojos de una bella mujer y tiemble y se inspire y siempre habrá un hombre que va tratar de hacer una comparación entre la redondeces de una mujer y la luna que nos ilumina en la noche.

Y del misticismo de Mizaaar, un salmo, del ‘psalmo de barro’, la rogativa que reza:

Señor, Que ante el peso de tu comprensión se arrodillen,

te veneren y te pidan perdón mis palabras.

Post data: Ahora, el reciente 23 de julio, he vuelto a verlo físicamente... Contra todo, me ha dicho que estará en Cartagena en este agosto, contando, en poemas —entre sombras y claroscuros acogidos por murallas de historia—, su gran verdad: “Un candil encendido en mis adentros le da advenimiento a la cicatriz que ha llegado primero al lozano cuerpo que la herida que habría de propinarme el futuro…” Pero ya tiene la decisión tomada... La herida del presente es candil encendido para restañar tal cicatriz del futuro...

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