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Estamos con la raza negra

Jose Orellano

Ruta investigativa husmea el relicario negro en La Guajira

Por Inocencio De la Cruz

Fotos Anyerine Freyle Gómez y Eusebio Siosi Rosado

El reducido circundante topográfico de la ceiba —o de la bonga— que, aunque deshojada, se yergue altiva en Juan y Medio, fue el escenario natural para una exposición fotográfica con primacía de un color: el de la negritud.

Trepado en las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta, a 524 metros de altura sobre el nivel del mar, Juan y Medio —corregimiento de Riohacha— es un pintoresco sitio-amalgama de 18 veredas con una creciente población dispersa, incubadora de un problema social nacional que se denomina ‘desplazamiento forzado’ pero Juan y Medio es, especialmente, relicario de vestigios de presencia negra en la región.

Circundando la bonga —o la ceiba, punto de encuentro del pueblo desde siempre— un buen número de esos casi 3000 habitantes de Juan y Medio, en especial los de raza negra, se miraron sus propias caras y volvieron a apreciar su propio medio ambiente en 30 fotografías capturadas por el lente de los profesionales guajiros Anyerine Freyle Gómez y Eusebio Siosi Rosado y, de alguna manera —reafirmando identidad—, dejaron transmitir su condición de pobladores de un pueblito que, al igual que otros pueblitos riohacheros y guajiros, fue, en otrora, un enclave de negros.

Su nombre no es leyenda, tiene historia real. Y la escribió el fundador de la comarca, un gigantón, robusto, parrandero y bonachón llamado Juan y que —de acuerdo con los nativos Robinson Prado y Albenis Sierra, docentes de la Institución Etno-educativa del corregimiento, y una fuente del amigo Luis Roberto Herrera—, cuando se emborrachaba decía que trabajaba por dos y por eso la gente lo llamaba ‘Juan y Medio’... Después, él mismo, en el máximo grado de su juma, al ritmo de su andar bamboleante, iba repitiendo que “yo soy hoooombre... y meeeedio”. Era todo un personaje por cuyos apellidos, que los tiene, ya nadie se preocupa. “Juan y Medio se llamaba y con ese nombre se bautizó el pueblo”, dicen sus habitantes, cuyo gentilicio había de ser ‘medianos’ si bien los de Juan De Acosta en el Atlántico son ‘costeros’, pero como los ‘sanjuaneros’ son los de San Juan en La Guajira, quizá por esto había de llamárseles entonces ‘juanmedianos’.

La confrontación de fotos ‘eternizadoras’ de rostros y del entorno ambiental con rostros y ojos de carne y hueso en inmediaciones de la ‘juanmediana’ ceiba —o la bonga— tuvo fecha el día de la Virgen del Carmen, el pasado 16 de julio. Y fue resultante del proyecto investigativo denominado ‘La ruta negra en La Guajira’ que lidera la fundación Agguanilé con respaldo del Ministerio de Cultura por intermedio del Programa Nacional de Concertación y la Oficina de Afrodescendientes de Riohacha. “Un proyecto inicial que pretende conocer, amar y mostrar La Guajira negra y viva”, me dicen.

Pues bien: por entre este tesoro etnográfico ha cruzado la ruta, la cual tiene en la periodista Doris Cabeza no solo a un destacado piñón en todo este engranaje investigativo de campo sino transmisora fiel de los resultados de tan interesante ensayo. Ella es la principal fuente informativa de El Muelle Caribe (www.elmuellecaribe.com) sobre una apasionante experiencia con visos antropológicos. Que en cuestiones de aspectos socio-biológicos del hombre y hasta de la realidad humana cuentan con el respaldo de investigadores y profesionales del ramo, en especial del reconocido antropólogo wayuu Weilder Guerra, gerente del Banco de la República en Riohacha.

Fotos que hablan

—Se mostraron rostros, diversos rostros, pero también elementos propios del quehacer cotidiano de las comunidades negras, sus enseres. En la exposición se evidencia el rostro entristecido de los adultos y los ancianos y ancianas; pero, a la vez, en las fotografías se proyecta el rostro de la alegría y la esperanza de los jóvenes que, orgullosamente negros, posaron para hacer público su apego a los peinados ancestrales afros —cuenta Doris.

Y como resultado de la experiencia, las historias de vida. La de Juana Bautista Amaya, por ejemplo, uno de los rostros que enriquece la exposición. Es una venerable anciana —‘mama Juana’— que al verse de cara en una de las fotografías grita que “¡esta soy yo ahora!... flaca y envejecida y casi perdiendo la vista; pero en mi juventud era una mujé de hacha y machete. Vea, esta es la casa mía, la levanté yo y puede preguntarle a cualquier habitante del pueblo. Con mis propias manos, a punta de hacha, corté toda la madera de la casa y la cocina y las levanté”.

Doris Cabeza cuenta la historia, nos la dibuja con pinceladas informativas sobre un territorio que no nos es del todo desconocido —el trajín periodístico nos ha paseado por allí en diversas ocasiones— y es ella, Doris, quien precisa que en la muestra se retratan elementos etnográficos que hablan del reciente pasado de Juan y Medio: aparecen las tinajas de barro, el pilón para pilar el arroz y el maíz, el sillón del burro, las planchas de hierro, el manar de palma de iraca para ventear el arroz y el achiote, las infaltables piedras para moler y hasta las ‘tamacas’ para extraer el aceite.

Pero también habla Eusebio Siosi Rosado, curador y realizador del montaje de la exhibición gráfica: “Es un resultado tangible del proceso de investigación del proyecto y demuestra, con fotos que hablan por sí solas, costumbres, peinados y formas de vida”.

Encuadradas en un ambiente genuinamente rural, las fotografías proyectan un común denominador: la creciente pobreza como compañera infaltable de estas comunidades negras al sur de la capital de La Guajira, asentadas sobre la línea recta de la carretera que une a Riohacha con Valledupar y que en el pasado ostentó —en medio de maizales y yucales, del destellante ‘oro rojo’ entre el follaje verde y los cultivos de ‘pancoger’— la dignidad de ser la despensa agrícola de la capital de La Guajira. Hoy es zona devastada a consecuencia del abandono oficial y un inclemente verano que no da tregua. La producción de ‘oro rojo’ o achiote había de ser un proyecto fructífero en desarrollo de alianzas productivas ‘corregimentales’, generador de trabajo y con mercado garantizado; había, sí, pero...

Cuando, como verdad inobjetable, surge el hecho de que en época electoral a Juan y Medio hacen renovada presencia aspirantes a corporaciones públicas o cargos de elección popular —con bultos cargados de promesas mil—, los ‘medianos’ o

‘juanmedianos’, gente noble y amable, han de recordar por siempre que la primera visita en pleno de un gobierno municipal al pueblo ocurrió a comienzos del mandato de un dirigente de la misma raza de los nativos: el burgomaestre Rafael Ceballos, en julio de 2012, en cumplimiento de un programa denominado ‘La toma de los pueblos’. Después se haría presencia para atender emergencias invernales y hace poco para celebrar el Día del Campesino.

Y de pronto esa inusitada aparición de Gobierno, provoque retoques en las caras entristecidas de los viejos y las vuelva de esperanza, como las de los pelaos, porque todos vuelven a soñar y a mirar con optimismo el futuro —anhelan ser más que una referencia toponímica en el mapa del departamento—, no importa que otra vez vuelvan a mirar hacia ‘los arboles llorando/, viendo rodar sus vestidos/, los que han tenido con tanto placer, porque el invierno con gusto les da/: uno por uno se ven decaer/, ahora a los campos les toca llorar...” como el inmortal Alejo Durán, negro de negros, canta ‘El verano’ recreado desde la visión especial de otro inmortal: el ciego de oro Leandro Díaz.

Altagracia y la farmacia

La mujer tiene un lindo nombre: Altagracia.

Es docente, rezandera y comadrona, pero también portadora de las tradiciones afro, mismas que transmite a quien puede entre su gente de Juan y Medio y su entorno rural, empecinada en mantenerlas vivas en tierras serranas.

Sus apellidos son Frías Villar y en un conversatorio alterno, con participación de docentes del área rural de Riohacha, con gracia y gran altura la experta local —‘Gacha’, como la llaman con cariño— recreó vivencias en torno a la costumbre afro de rezar al momento del parto. “Pero no solo el rezo”, dijo. “Es importante el conocimiento que se debe tener para aplicar plantas medicinales cuando el parto se complica y peligran la vida de la mujer o de la criatura”, puntualizó esta mujer que lleva más de 40 años en esas lides, que perdió la cuenta de los niños que por primera vez vieron la luz en sus habilidosas manos pero que sí puede señalar con su índice a las mujeres que ha parteado.

En el conversatorio, ‘Gacha’ no podía ocultar las preocupaciones que la acosan frente a una situación que amenaza al arte de partear. En la actualidad no hay jóvenes, mujeres u hombres, que acudan a ella para aprenderlo. Altagracia, con los pies bien puestos sobre el suelo, sabe también de la muerte y tiene claro que al desaparecer ella, no solamente Juan y Medio se quedará sin la persona experta en este tipo de actividades que pueden en cualquier momento salvarle la vida a una mujer y a su criatura sino también Moreneros, Tomarrazón, Cascajalito, Las Casitas y hasta Las Palmas, pueblitos en los que, a lo mejor, se acogieron cimarronas y se asentaron palenques.

Y es que los corregimientos y veredas del sur de Riohacha, habitados mayoritariamente por comunidades negras, no tienen puestos ni centros de salud en donde se pueda atender un parto en condiciones dignas y las pacientes tienen que ser transportadas hasta la capital guajira. Y es en sus entornos verdes y falda arriba de la Sierra, donde estás las diversas contra para los diversos males, sus males.

Y para ahondar en un tema cuesta arriba, a Altagracia le siguió en el conversatorio el joven Endris Gómez de Armas, líder en formación de las comunidades negras de Juan y Medio.

No es un joven cualquiera, no es uno más. Tiene una especial característica que lo distingue de los demás: ha crecido dedicándose —“lo hago desde niño”, dijo— al aprendizaje de la medicina tradicional tomada de los saberes ancestrales africanos traídos por esclavos que, rebeldes, se pusieron en fuga del maltrato de sus amos para armar palenques de cimarrones y ahí están Barbacoas, Moreneros, Matitas, Tomarrazón, Cascajalito, Tabaco, Roche...

Endris dice no avergonzarse cuando lo llaman ‘el yerbatero del pueblo’ y tiene la convicción de que debe seguir aprendiendo porque allá arriba, en la Sierra, en las montañas, están las plantas que curan todas las enfermedades.

—La Sierra y la selva son una farmacia —dijo.

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